Los bello en el pensamiento griego se entendía como un
concepto objetivo, lógico y racional, asociado a las leyes de la
naturaleza. Para que la obra del hombre fuese considerada bella ésta
debía responder a los cánones análogos a las leyes eternas que regulan
el comportamiento de la naturaleza. El cánon expresaba lo esencial, lo
proporcionado, lo armónico, lo ideal y aspiraba a la perfección; una
perfección no basada en lo cuantitativo sino en la unidad universal.
Utilizando las herramientas de orden, medida, mensurabilidad, simetría,
ritmo y armonía; las construcciones humanas se guiaban por una visión
matemático-geométrica muy estric
Lo estético coloquialmente es sinónimo de lo bello pero
su origen es filosófico. Nació como concepto en la Grecia clásica pero
no fue hasta el siglo XVIII que se convirtió en ciencia filosófica. Su
creador fue el filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten. En 1735
utilizó por vez primera el término en su obra Reflexiones filosóficas
acerca de la poesía mediante la conjunción del adjetivo griego
Aisthetike (sensación, percepción) que tiene su orígen en el sustantivo
Aisthesis (sensación, sensibilidad) y el sufijo ica (relativo a). Ya en
1750 Aesthetica fue el título de su libro inacabado donde
institucionalizó del término estética como el conocimiento de lo
sensible, del sentimiento y de la percepción de lo bello.
Categoría estética; en ella encuentran su reflejo y valoración, los
fenómenos de la realidad y las obras de arte que proporcionan al hombre
un sentimiento de placer estético, que traducen en forma
objetivo-sensorial la libertad y la plenitud de las fuerzas creadoras y
cognoscitivas del hombre, sus aptitudes, en todas las esferas de la vida
pública: trabajo, actividad político-social y vida espiritual. El
idealismo (Platón, Kant, Hegel) concebía lo bello como una propiedad del
espíritu, de la conciencia (objetiva o subjetiva). El materialismo
premarxista defendía el carácter objetivo de lo bello, mas no era raro
que, en virtud de su naturaleza contemplativa, redujera lo bello a una
cualidad puramente natural (simetría, armonía de las partes y del todo,
el hombre como ser natural, &c.). Chernishevski formuló una
definición original y revolucionaria de lo bello como vida, como
plenitud de la manifestación de la vida. El concepto de «lo bello» posee
carácter histórico y tiene distinto contenido en las diferentes clases.
La estética materialista dialéctica parte de que lo bello es un
producto del hacer práctico, histórico-social. Lo bello nace y se
desarrolla cuando el hombre social (en consonancia con el grado de
conocimiento de las leyes sociales) desarrolla de la manera más plena y
libre, en las condiciones históricas dadas, sus dotes y capacidades
creadoras, cuando impera sobre los objetos del mundo sensorial, cuando
disfruta con el trabajo como si se tratara de un juego de las fuerzas
físicas e intelectuales. Lo bello encuentra su expresión generalizada y
completa en las obras de arte, en las imágenes artísticas. Lo bello de
la vida y del arte, fuente de placer y alegría espiritual, adquiere una
inmensa función cognoscitiva y educativa en la sociedad. Es bella la
obra de arte en que a tenor del ideal estético de vanguardia, se
reproduce verazmente la realidad. El capitalismo, en su esencia, es
hostil al arte y al desarrollo estético del hombre. En las condiciones
actuales, lo verdaderamente bello se da únicamente en los caminos de la
lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad. Únicamente el
comunismo crea condiciones sociales y económicas favorables para que
todos los trabajadores participen en una obra de creación según las
leyes de lo bello.
Armonía procede del latín harmonĭa, aunque sus orígenes más remotos refieren a un vocablo griego que significa “combinación” o “ajustamiento”. El término puede utilizarse para nombrar a la combinación de sonidos simultáneos que, aunque diferentes, resultan acordes. El concepto también se usa en referencia a la variedad de sonidos, medidas y pausas bien concertada. Por ejemplo: “Lo que me gusta de esta orquesta es la armonía que logra en sus composiciones”, “Estoy estudiando armonía en el conservatorio”, “Este estilo de música no se caracteriza por su armonía”.
Armonía o harmonía proviene del latín harmonĭa, que deriva del griego ἁρμονία, que significa acuerdo, concordancia, combinación, y del verbo ἁρμόζω (harmozo), que significa ajustarse, conectarse.
La armonía ocurre cuando existe un equilibrio
y una conveniente y adecuada proporción, concordancia y correspondencia
de unas cosas con otras, y en su caso, agradable a los sentidos, por
ejemplo, a la vista, como los colores. Algo en armonía generalmente es
algo realmente bello, alegre, agradable, relajante y sosegado, aunque en la música, por ejemplo, también existe armonía que produce tensión, o es disonante.
En la música, sobretodo, en la música occidental, la armonía es el arte de unir y de combinar sonidos diferentes, pero acordes y agradables al oído, que son emitidos simultáneamente.
También se denomina armonía a la ciencia, técnica y disciplina que permite tanto la formación, la sucesión y la modulación de los acordes
(combinación de tres o más notas diferentes que suenan simultáneamente o
en un arpegio), como el encadenamiento y la combinación de estos
formando una composición musical.
Disciplina filosófica que estudia las condiciones de lo bello en el arte y en la naturaleza.
"ninguna estética ha logrado definir cuál es el contenido del arte"
2.
Modo particular de entender el arte o la belleza.
"la
estética oriental; en Italia adquiere la arquitectura gótica unas
peculiaridades que, en general, no coinciden con la estética y los
principios estilísticos del gótico francés"
3.
Aspecto exterior de una persona o cosa desde el punto de vista de lo bello.
"viste de un modo práctico y cómodo, y se olvida de la estética"
estético, estética
adjetivo
1.
De la estética o relacionado con esta doctrina filosófica.
Préstamo (s. xix) del griego aisthetikós ‘susceptible de percibirse por los sentidos’, derivado de áisthesis ‘facultad de percepción por los sentidos, sensibilidad’ y éste de aisthánesthai ‘percibir’, ‘comprender’; tomada como voz especializada en filosofía. A la misma familia griega pertenecen anestesia, disestesia e hiperestesia . Todos ellos propios de la medicina.
La palabra política designa siempre un sector social de
la realidad humana. Expresiones como filosofía política, ciencia
política son acepciones para designar el ámbito o
las disciplinas que se dedican o se ocupan de su conocimiento.
La política como realidad humana, supone ante todo la
existencia de seres humanos, que viven en una interacción constante (relación de
mando y obediencia). Sin seres humanos que conviven, no hay
política pero no toda convivencia humana no es convivencia
política, aunque sin sistema
político - con sus integrantes de actividad
política y relación política- no hay
convivencia humana organizada y persistente. Este es el supuesto
básico para que pueda haber lazos no políticos de
convivencia. La realidad política, la cual dependen todas
las relaciones
humanas, es: múltiple,
polifacética, variable, simbólica y
multirrelacionada (y por lo tanto, compleja e
indivisa).Además existiendo una realidad variable. Ejemplo
de política variable es: el del gobierno de la
nación
daba la posibilidad de elegir en una jubilación estatal o
una de carácter privado a todos los ciudadanos y
ahora plantea el pase automático de todos los trabajadores
al sistema estatal
(estatizando las jubilaciones) sin poder elegir
los ciudadanos, como antes, en esta y una afjp. Otro
ejemplo es el de la creación por parte del gobierno de la
defensora del pueblo, el cual aun sigue existiendo.
Se denomina deber o
deberes a la responsabilidad de un individuo frente a otro, aunque este
otro puede ser una persona física (un par) o una persona jurídica
(empresa, organización), incluso el mismo Estado. El deber siempre es
establecido de manera previa a contraer la responsabilidad, y espera del
individuo una conducta o una acción que favorezca su cumplimiento. Caso
contrario, existe en cualquier caso, la sanción o castigo por haber
incumplido dichas responsabilidades.
Existen varios ejemplos que podemos citar para graficar este
término, y cada uno de ellos hace referencia a un tipo diferente de
deber. En primer lugar, podemos identificar el deber social, que cada
uno de nosotros tenemos como ciudadanos de una determinada ciudad, y a
nivel general, de una nación. Son muchos los textos de constituciones
nacionales que, en sus primeros artículos establecen no sólo los
derechos si no también los deberes de todos los ciudadanos que habitan
dicho territorio. El deber es el contrapeso del derecho. Por ejemplo, yo
tengo derecho a recibir información, a difundirla y a buscarla, pero
también es mi deber difundir una información cuando la tengo, para que
otros pueda gozar de su derecho a recibir.
En otro caso, el deber está relacionado al ámbito escolar, y supone
la realización de tareas fuera del tiempo de clases, como forma de
reforzar o afianzar la aprehensión de conocimientos, a través de
ejercicios de análisis, comparación, aplicación de teorías o reglas,
interpretación, lectura, escritura, relación con la realidad, entre
otros fines buscados.
También existe el deber tributario, que es aquel que todo ciudadano
debe abonar al fisco (la administración fiscal del Estado) por la
propiedad privada, la propiedad intelectual, la explotación de un
comercio, la contratación de empleados, la posesión de un automóvil o
motocicleta, la condición de trabajador autónomo, etc. Son lo que
comúnmente podemos llamar tasas y contribuciones al Estado, impuestos a
las ganancias o responsabilidades impositivas.
El incumplimiento de alguno de estos deberes supone diferentes
sanciones o castigos, según los casos. En el caso social, el
cumplimiento de una condena por un delito o el resarcimiento económico
por un daño causado a un tercero (dependiendo si es responsabilidad
civil o responsabilidad penal) pueden ser algunas sanciones. En el caso
escolar, la obtención de una mala calificación o la asignación de tareas
extras, pueden ser ejemplos de sanciones. Por último, para el caso
tributario, el cobro de excedentes o la suspensión de la actividad en un
comercio, por ejemplo, pueden ser sanciones plausibles de ser
concretadas en la realidad.
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Definición de Deber:
El concepto de deber
ocupa uno de los lugares centrales de nuestro lenguaje
moral. Nos referimos con él a los mandatos y obligaciones mediante los cuales modificamos
nuestra conducta y, en
general, al conjunto de exigencias que conforman nuestra
praxis
cotidiana. Añadir el predicado moral implica
introducir un factor diferenciador esencial: se trata ahora
de una auto-obligación, de una auto-limitación,
que, a diferencia de otro tipo de coacciones, se enfrenta
sólo a las sanciones internas derivadas de
nuestra propia conciencia de la
responsabilidad de la acción. Como
todas las formas de obligación, el deber moral limita
el ámbito posible de elección y, por tanto, de
actuación. Pero aquí nos encontramos con una
obligación libre, es decir, voluntaria y
reflexivamente aceptada. La existencia de este tipo de
actuaciones la encontramos directamente reflejada en nuestra
capacidad de realizar juicios morales. De ahí que
podamos afirmar que estamos ante un hecho o factum que no
admite discusión. Las dificultades aparecen más
bien cuando dejamos el nivel intuitivo de nuestro propio
lenguaje moral y nos comprometemos a explicar el sentido de
este tipo de acciones. Esta ha sido y es, precisamente,
una de las tareas básicas de la filosofía moral o ética: dar razones
del porqué de esta peculiar forma de
obligación y, de esta forma, hacerse cargo de los
fundamentos de la actuación moral. Dentro de esta
tarea, la tematización del concepto deber apunta
hacia las posibles respuestas a la pregunta « ¿Por
qué ser moral?», esto es, « ¿por
qué actuar moralmente?». Detrás de estas
cuestiones no se esconde sino la necesidad
de orientación de la acción que caracteriza al
actuar humano. La distinción entre ser y deber ser no
viene impuesto por la
reflexión ética, sino que la reflexión
ética intenta responder a esta escisión inherente
a nuestra praxis social.
Tales respuestas forman parte, como nos recuerda Aranguren,
de esa necesidad de ajustamiento, de iustum facere de
justificar nuestros actos, sin la cual perdería la
conducta su sentido y razón de ser. De tal necesidad
ya se habían dado perfecta cuenta los pensadores
estoicos cuando adelantaron las palabras que después
Toulmin convertiría en tema central de la ética:
deber hacer algo implica tener buenas razones para hacer
algo. A la ética, como teoría
de la moral, le corresponde averiguar qué convierte a una
razón en «buena razón» para
justificar nuestra conducta.En la historia de la ética
encontramos dos respuestas globales al tema del deber en
este sentido general. En primer lugar, aquellas posiciones
que ven en el deber un medio para alcanzar el fin propio
del hombre. Son las denominadas éticas
teleológicas (telos = fin), para las cuales lo moral
tiene que ver con los resultados de la acción,
según se acerquen o se alejen de ese fin. En segundo
lugar, aquellas posiciones que encuentran en el deber mismo
el elemento moral de la acción. Son las denominadas
éticas deontológicas (deon = deber), encargadas
de definir lo debido o correcto para todos y, por tanto, de
establecer el marco normativo de lo justo.
Aristóteles define la virtud como la excelencia. La
virtud es la acción
más apropiada a la naturaleza de
cada ser; el acto más conforme con su esencia. Esta
acción propia de cada ser que es la virtud, es
también el bien propio de cada ser. En el hombre, por
tanto, la virtud es la excelencia de su parte esencial que es el
alma.
Ahora bien, habiendo dos partes en el alma,
así también habrá dos tipos de virtudes. Las
virtudes éticas, correspondientes a la
parte irracional del alma, y las virtudes
dianoéticas correspondientes a la parte racional del
alma. Pero la parte irracional del alma debe seguir los dictados
de la parte racional, luego las virtudes éticas responden
en su excelencia al comportamiento
guiado por la parte racional del alma.
Virtudes éticas
«La virtud ética es
una disposición adquirida de la voluntad, consistente en
un justo medio relativo a nosotros, el cual está
determinado por la regulación recta y tal como lo
determinaría el hombre
prudente.»
Por tanto, la virtud ética es un hábito,
no un don de la naturaleza, y así mismo, se niega con ello
la posibilidad defendida por los socráticos de que la
virtud moral pueda
ser susceptible de una elaboración científica. Con
ello, Aristóteles pretende señalar el
papel que las pasiones juegan en la realización de una
vida virtuosa, pues muchas veces estas pasiones la obstaculizan,
aun a sabiendas de que no es lo mejor. La moralidad por
tanto, no pertenece únicamente al orden del
logos, sino también a la pasión y
a las costumbres (ethos en griego, de donde
proviene la palabra ética). Diríamos que la moral
requiere, por tanto, de una educación,
fundamentalmente mediante el ejemplo, que tenga como principal
objetivo
introducir la razón en las costumbres de manera duradera,
elaborando una serie de hábitos adecuados.
Virtudes dianoéticas
La sabiduría se refiere a lo necesario, lo que no nace
ni perece; la prudencia, es la capacidad de deliberar sobre las
cosas contingentes, es decir, sobre las cosas en tanto que pueden
no ser. No es, por tanto, ciencia, sino
juicio, discernimiento correcto de los posibles. La prudencia es
la habilidad del virtuoso, que guía a la virtud moral
indicándole los medios para
alcanzar los fines. Como virtud intelectual, no es, sin embargo,
la forma más elevada del saber; es simplemente, la
capacidad de discernir y realizar el «bien del
hombre», una virtud que no conocen ni los animales ni los
dioses; es virtud media, como lo es la posición del hombre
en el universo.
Se denomina deber o
deberes a la responsabilidad de un individuo frente a otro, aunque este
otro puede ser una persona física (un par) o una persona jurídica
(empresa, organización), incluso el mismo Estado. El deber siempre es
establecido de manera previa a contraer la responsabilidad, y espera del
individuo una conducta o una acción que favorezca su cumplimiento. Caso
contrario, existe en cualquier caso, la sanción o castigo por haber
incumplido dichas responsabilidades.
Existen varios ejemplos que podemos citar para graficar este
término, y cada uno de ellos hace referencia a un tipo diferente de
deber. En primer lugar, podemos identificar el deber social, que cada
uno de nosotros tenemos como ciudadanos de una determinada ciudad, y a
nivel general, de una nación. Son muchos los textos de constituciones
nacionales que, en sus primeros artículos establecen no sólo los
derechos si no también los deberes de todos los ciudadanos que habitan
dicho territorio. El deber es el contrapeso del derecho. Por ejemplo, yo
tengo derecho a recibir información, a difundirla y a buscarla, pero
también es mi deber difundir una información cuando la tengo, para que
otros pueda gozar de su derecho a recibir.
En otro caso, el deber está relacionado al ámbito escolar, y supone
la realización de tareas fuera del tiempo de clases, como forma de
reforzar o afianzar la aprehensión de conocimientos, a través de
ejercicios de análisis, comparación, aplicación de teorías o reglas,
interpretación, lectura, escritura, relación con la realidad, entre
otros fines buscados.
También existe el deber tributario, que es aquel que todo ciudadano
debe abonar al fisco (la administración fiscal del Estado) por la
propiedad privada, la propiedad intelectual, la explotación de un
comercio, la contratación de empleados, la posesión de un automóvil o
motocicleta, la condición de trabajador autónomo, etc. Son lo que
comúnmente podemos llamar tasas y contribuciones al Estado, impuestos a
las ganancias o responsabilidades impositivas.
El incumplimiento de alguno de estos deberes supone diferentes
sanciones o castigos, según los casos. En el caso social, el
cumplimiento de una condena por un delito o el resarcimiento económico
por un daño causado a un tercero (dependiendo si es responsabilidad
civil o responsabilidad penal) pueden ser algunas sanciones. En el caso
escolar, la obtención de una mala calificación o la asignación de tareas
extras, pueden ser ejemplos de sanciones. Por último, para el caso
tributario, el cobro de excedentes o la suspensión de la actividad en un
comercio, por ejemplo, pueden ser sanciones plausibles de ser
concretadas en la realidad.
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Se denomina deber o
deberes a la responsabilidad de un individuo frente a otro, aunque este
otro puede ser una persona física (un par) o una persona jurídica
(empresa, organización), incluso el mismo Estado. El deber siempre es
establecido de manera previa a contraer la responsabilidad, y espera del
individuo una conducta o una acción que favorezca su cumplimiento. Caso
contrario, existe en cualquier caso, la sanción o castigo por haber
incumplido dichas responsabilidades.
Existen varios ejemplos que podemos citar para graficar este
término, y cada uno de ellos hace referencia a un tipo diferente de
deber. En primer lugar, podemos identificar el deber social, que cada
uno de nosotros tenemos como ciudadanos de una determinada ciudad, y a
nivel general, de una nación. Son muchos los textos de constituciones
nacionales que, en sus primeros artículos establecen no sólo los
derechos si no también los deberes de todos los ciudadanos que habitan
dicho territorio. El deber es el contrapeso del derecho. Por ejemplo, yo
tengo derecho a recibir información, a difundirla y a buscarla, pero
también es mi deber difundir una información cuando la tengo, para que
otros pueda gozar de su derecho a recibir.
En otro caso, el deber está relacionado al ámbito escolar, y supone
la realización de tareas fuera del tiempo de clases, como forma de
reforzar o afianzar la aprehensión de conocimientos, a través de
ejercicios de análisis, comparación, aplicación de teorías o reglas,
interpretación, lectura, escritura, relación con la realidad, entre
otros fines buscados.
También existe el deber tributario, que es aquel que todo ciudadano
debe abonar al fisco (la administración fiscal del Estado) por la
propiedad privada, la propiedad intelectual, la explotación de un
comercio, la contratación de empleados, la posesión de un automóvil o
motocicleta, la condición de trabajador autónomo, etc. Son lo que
comúnmente podemos llamar tasas y contribuciones al Estado, impuestos a
las ganancias o responsabilidades impositivas.
El incumplimiento de alguno de estos deberes supone diferentes
sanciones o castigos, según los casos. En el caso social, el
cumplimiento de una condena por un delito o el resarcimiento económico
por un daño causado a un tercero (dependiendo si es responsabilidad
civil o responsabilidad penal) pueden ser algunas sanciones. En el caso
escolar, la obtención de una mala calificación o la asignación de tareas
extras, pueden ser ejemplos de sanciones. Por último, para el caso
tributario, el cobro de excedentes o la suspensión de la actividad en un
comercio, por ejemplo, pueden ser sanciones plausibles de ser
concretadas en la realidad.
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La “teoría de los valores” es un movimiento eminentemente germánico,
que ha ejercido una cierta influencia en los países de lengua española a
través de las obras de los filósofos Scheler y Hartmann. El término
sinónimo “axiología” que deriva del griego “axios” –valioso- y “logos”,
estudio o tratado de los valores. La cuestión fundamental gira en torno,
pues, del valor y los valores. “Valor” tiene un significado económico,
estético y moral. Ahora bien, en cuanto concepto capital de la llamada
“teoría de los valores” o “axiología”, se estudia en un sentido
filosófico general para determinar la naturaleza y carácter del “valor” y
de los llamados “juicios de valor”.
Entre los muchos antecedentes
de teorías sobre el valor, podemos aducir a Nietzsche y su
“transvaloración” donde ya se descubre el valor como fundamento de las
concepciones del mundo y de la vida. Marx también basa buena parte de
sus análisis socioeconómicos en el concepto de valor y plusvalía. Otra
corriente preparatoria de la “teoría de los valores” es el utilitarismo.
Sin embargo, hay que llegar a los siglos XIX y XX para que llegue a
ser una disciplina filosófica relativamente autónoma, con autores como
Brentano, Lessing o Meinong, y que culminará como tal con autores como
Max Scheler, Hartmann o Lavelle, que recurren para ello en parte a la
fenomenología.
Scheler ha indicado que todas las teorías de los valores existentes hasta entonces pueden dividirse en tres tipos:
“Teoría
platónica del valor”: el valor es absolutamente independiente de las
cosas y está sitiuado en una esfera metafísica y aun mitológica.
“El
nominalismo de los valores”: el valor es relativo al hombre y está
fundada en la subjetividad (agrado-desagrado; deseo-repulsión…).
“teoría de la apreciación”: una mexcla de a) y b)
Scheler
no admite ninguna de estas teorías, pues busca una “axiología pura” o
una “teoría pura de los valores”, similar a la “lógica pura”: los
valores son captados por una intuición emotiva, distinta de una mera
captación psicológica.
Según la teoría de los valores, nos
hallamos rodeados por un cosmos de valores que no producimos, sino que
tenemos que reconocer y descubrir. Estos valores se caracterizan por:
El valor es un nuevo tipo de ser: no es el ser real, ni el ser ideal, sino el ser valioso.
Los
valores son objetivos: no dependen de las preferencias individuales
sino que mantienen su valor más allá de toda apreciación.
Los valores se presentan siempre frente a un aspecto negativo: belleza-fealdad.
Son totalmente independientes de la cantidad, por eso no pueden establecerse relaciones cuantitativas entre actos valiosos.
Puede establecerse una jerarquía entre los valores
La racionalidad es la capacidad que permite pensar, evaluar, entender y actuar de acuerdo a ciertos principios de mejora y consistencia,
para satisfacer algún objetivo o finalidad. El ejercicio de la
racionalidad está sujeto a mejora continua. Cualquier construcción
mental llevada a cabo mediante procedimientos racionales tiene por tanto
una estructura lógico-mecánica distinguible (razonamiento).
La racionalidad no humana
El ser humano puede usar la razón
para evaluar la mejor manera de alcanzar un determinado objetivo. El
ser humano tiene otras formas para tomar decisiones o idear
comportamientos donde la racionalidad no parece el principal factor.
Estas decisiones o comportamientos, adjetivadas a veces como
"irracionales" en realidad esconden frecuentemente aspectos de racionalidad limitada
y aspectos de imitación social otras veces. Algunas conductas humanas
parecen completamente "irracionales" (desde la perspectiva de la
maximización de la satisfacción a corto plazo), y muy pocas son
completamente "racional" (en el sentido de maximizar la consecución de
un objetivo).
Generalmente suele decirse que todos los humanos son racionales, pero
tal afirmación pasa por alto que existen humanos que no actúan de
acuerdo a lo que se define por racional o lo hacen en un grado
disminuido, por ejemplo, bebés, discapacitados psíquicos graves,
seniles, etc. Es por ello que a estos individuos no se les exigen los
mismos deberes que a humanos plenamente racionales.
Evolutivamente, la racionalidad humana surgió a partir de un conjunto
de mecanismos cerebrales, que permitían conductas más complejas basadas
en la percepción, la memoria y el procesado eficiente de nueva
información con el fin de favorecer la supervivencia de los individuos. En el caso de los seres humanos, la sociabilidad
y la tendencia de la especia a formar grupos de individuos emparentados
entre sí y que son capaces de reconocer a sus parientes y formar
alianza llevó al desarrollo de capacidades sociales específicas, que
facilitarían el desarrollo del lenguaje humano
y por tanto de una racionalidad discursiva, y la capacidad de
transmitir comportamientos complejos a las nuevas generaciones, que es
la base de la tecnología humana.
La ciencia
Desde
un punto de vista individual, acepta el mundo de la forma más
compatible con nuestra realidad termodinámica, nos hace más aptos y con
mejores resultados a la hora de adaptarnos. Por lo tanto, el objetivo en
la ciencia
es encontrar las explicaciones con mejores resultados en nuestra red
neural. La ciencia consigue que las personas podamos establecer
expectativas realistas con la verdadera esperanza de poderlas obtener si
aplicamos cierto método a nuestra forma de trabajar. La verdadera
ciencia da esperanza a las personas. Esto tiene un valor añadido: Si
formamos personas emocionalmente equilibradas (personas realistas, que
evalúan su objetivo, establecen un cauce racional y trabajan por ello),
estaremos definiendo grupos sociales capaces de fomentar la unidad del
grupo porque su deseo personal es hacer precisamente eso.